Cuando educas recibes mucho (aprendizajes, amor, vivencias…), y sobre todo das mucho. Muchas veces la maternidad está estereotipada con la falsa idea de que para ser buenas madres (o buenos padres) hay que volcarse totalmente en el hijo/a. Es habitual centrarse mucho en un recién nacido e incluso “olvidarnos de nosotros mismos”. La dificultad aparece cuando esto se alarga en el tiempo, ya sea de forma explícita y visible, como de forma inconsciente. Es cuando no te das cuenta de que no te estás cuidando.
Es en este punto donde aparece la necesidad de autocuidarse para poder cuidar. Solo podemos dar lo que tenemos, ¿y si no nos tenemos a nosotras mismas qué damos?
La responsabilidad que se siente sobre el cuidado del pequeño/a es obvia y a veces nos inquieta. Te invito a cerrar los ojos e imaginarte cómo sientes tu responsabilidad como madre, visualizándola con un color, tamaño y forma. ¿Cómo la sientes? A veces se siente como algo que nos llena, y otras veces como algo que nos pesa. O quizá la sientes de otra forma.
¿Y quién se ocupa de tu propio cuidado? Esta responsabilidad quizá no se percibe tan obvia, y resulta que es tuya. Cada una es la que decide con qué palabras se habla, a qué situaciones se expone, qué relaciones tiene, qué toma y qué come, qué hábitos saludables sigue… entre otros aspectos del autocuidado.
Para poder cuidar y ofrecer lo mejor de uno mismo/a es necesario un mínimo de autocuidado y de tiempo para ti. Ayuda aceptar que no podemos ser perfectos en la crianza, no siempre se puede dar lo mejor, y que volcarse totalmente en el hijo/a es agotador y desgastante.
Darte a ti misma lo que necesitas es beneficioso para cuidar. Favorece que puedas seguir estando disponible y dándote a esta persona que tanto amas. Recuerda: es el momento de cuidarte, no te pospongas.